Mucho se ha escrito sobre el mítico primer hombre del que narra el texto bíblico, libro, como todos aquellos de profesión de fe, que quizás haya que revisitarse no solo por su antigüedad en sí, sino por su propia hermenéutica, que encierra más de milenio y medio de laboriosidad literaria para su forja en tres lenguas e igual número de continentes, colosal esfuerzo de casi media centena de autores ligados, todos, por millares de referencias cruzadas que a cualquiera deja atónito.

Adán [Aquel Dador a Animales Nombre] aborda el personaje desde su denominación práctica, como sigla de la tarea que le fue encomendada, la de nombrar a todo lo que fuere por él conocido —que no solo a los animales—, hasta el punto de retomar sus descendientes la tarea hasta el fin de los tiempos.

Intenta ser una obra útil, auxiliar en el discernimiento del método para la forja de signos, letras, fonemas, sílabas, prefijos, sufijos, nombres, palabras y frases en tal antigüedad, sus ocultas alertas y enseñanzas, que pudieron haberse quedado oscuras a la comprensión, por citar solo algunos ejemplos, si existió alguna primera lengua madre de todas, dónde pudo haber surgido…, o, algo quizás más banal, algún dato como la edad del príncipe de los primogénitos, así como un ejercicio de imaginación para tratar de entender qué fue exactamente de él y su descendencia, aquellos sobre los que se nos narra solo una parte de sus míticas existencias, sin dar continuidad a sus devenires ni mucho menos de sus posibles finales.

Nos invita a repensar sobre las bondades e infortunios de la ciencia y también de las religiones, para hacer uso, al final, cada uno, de su albedrío.